jueves, 6 de mayo de 2010

CURRO DIAZ CORTA LA PRIMERA OREJA EN LA PRIMERA DE SAN ISIDRO


Que Madrid ya no es lo que era es algo más que evidente. Que el palco de Las Ventas es poco menos que la tómbola de la tía Paca, tampoco. De los cuatro integrantes se recuerdan sus "hazañas" por mantener el listón de la plaza en los últimos años. César Gómez se obcecó con Castella en dos tardes de Puerta Grande y lo de Julio Martínez y Trinidad ¡ay, Trinidad! con El Juli fue sangrante. A la lista se suma ahora Muñoz Infante, capaz de cambiar de criterio en menos de una semana sin que se le salten los colores.
Todavía nadie sabe porqué el domingo negó una oreja a Sergio Aguilar. Y quizá por cargo de conciencia, o porque le gusta el toreo de chispazos, que todo puede ser, el más veterano de los usías quiso enmendar su error a la primera que vio pañuelos y tuvo la oportunidad. Claro que esa falta de criterio dice muy poco de la seriedad de la primera plaza del mundo.
El ganador del río revuelto fue Curro Díaz, al que Madrid siempre espera y apoya y al que consienten como pocos. El cuarto, un toro feo y de morfología difícilmente calificable, además de feo claro, se dejó torear en la muleta. Y el de Linares, que se lo dejó meter por dentro en el capote a pies juntos, lo aprovechó en tres series por la mano diestra en las que el de Salvador Domecq respondió, el torero acompañó sobre la diestra y brotó la personalidad en muletazos muy verticales, también al hilo, pero que rápido congeniaron con unos tendidos predispuestos a todo.
A la faena le costó cuatro series caldear el ambiente, y no hubo intento al natural. En la primera Curro dejó un abismo entre toro y torero y el animal, que no tenía más opción, hizo por él. Ahí se acabó la mano izquierda. Los adornos finales, con tanta expresividad como muñecazos, volvieron a caldear la cosa. Y una estocada en la yema, volcándose, mortal de necesidad, terminó de despertar la petición. Ahora que hable Infante y explique por qué hoy sí y el domingo no.

El sexto se derrumbó en el caballo y como reemplazo soltaron un Núñez de Navalrosal que puso las cosas complicadas en la lidia pero que, en la muleta, tuvo sus veinte arrancadas. 
Gallo pareció tomarle el aire y el pulso en la primera, limpia y ligada, pero terminó siendo un espejismo. La faena se vino abajo entre un desarme, varios enganchones y el achique de terrenos, cuando el toro respondió al darle sitio. Gallo se puso encimista y pesado, montándose encima de un ejemplar ya parado. Se lo recriminaron.

La corrida no tuvo más. Acaso un catálogo de ejemplares tan feos como amplios. Como ejemplo, el acochinado tercero, un limusín en toda regla que, como era de esperar, no embistió. El toro, tan flojo como sus hermanos, no terminó de pasar nunca ni de emplearse. Y
 Gallo, que no estuvo bien el sábado, tampoco echó el paso adelante. Demasiadas dudas y demasiadas precauciones para quien debe asirse a un clavo ardiendo.
La corrida tuvo un toro que se dejó mucho más que sus hermanos. Un segundo tan noble como bajo de fuerzas y raza. Bautista, que empezó sin verlo demasiado claro, terminó embarullándose en una faena muy larga, que nunca prendió arriba y en la que terminó metido encima cuando el de Salvador Domecq era más agradecido cuando venía largo. Ahí humillaba con cierto son y las fuerzas justas, pero era toro para hacer un esfuerzo e imponerse. Y se arrastró con la oreja puesta.
Con el quinto, un ejemplar muy grande y que embistió a saltos, Bautista tomó todas las precauciones del mundo. El primer toro de la feria fue un ejemplar al límite de raza y fuerza con el que Curro Díaz pasó mucho rato en la cara en una faena que nunca llegó arriba.

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